30.4.06

No recéis por mí, gracias.

LUIS ROJAS MARCOS | EL PAÍS | 29/04/2006

Rezar para que sanen personas enfermas es una de las prácticas más antiguas y universales. Incluso los no creyentes a menudo invocan la ayuda de Dios cuando se enteran de que un ser querido sufre una grave dolencia. Pese a esta extendida costumbre sólo en los últimos años se ha comenzado a examinar objetivamente la eficacia de estas oraciones piadosas. Precisamente, hace unas semanas salieron a la luz pública los resultados, ansiosamente esperados, de una rigurosa investigación sobre los efectos de las oraciones, por parte de terceros, en la recuperación de enfermos cardiacos, en su mayoría cristianos practicantes. Concretamente, tres congregaciones se encargaron de rezar durante 14 días por pacientes -empleando su nombre- sometidos a la operación a corazón abierto conocida en la jerga médica por bypass. Esta intervención consiste en recomponer con injertos las arterias coronarias obstruidas, y se realiza anualmente en unas 800.000 personas en el mundo.

La investigación, publicada en la prestigiosa revista de cardiología The American Heart Journal, fue llevada a cabo en seis hospitales estadounidenses por un amplio grupo de prestigiosos cardiólogos, encabezado por Herbert Benson, profesor de la Universidad de Harvard. Los resultados muestran que de los 1.802 participantes, el 59% de los pacientes que fueron informados, antes de la intervención quirúrgica, de que las congregaciones rezarían por ellos padecieron complicaciones serias, como ataques de corazón, apoplejías o infecciones. Por el contrario, sólo el 52% de los enfermos que fueron, sin saberlo, objeto de plegarias, y el 51% por los que no se dijeron oraciones, experimentaron complicaciones posoperatorias. Los expertos han llegado a la conclusión de que mientras los rezos a espaldas del doliente son inocuos, rezar por un enfermo que ha sido previamente avisado de las oraciones es, estadísticamente al menos, perjudicial para su salud.

Como ocurre casi siempre que se escudriña un tema tan delicado como las prácticas religiosas, este estudio pionero ha provocado intensas polémicas. Algunos críticos han rechazado el trabajo en su totalidad. Aducen que, por definición, los poderes sobrenaturales no pueden ser reducidos a las reglas del método científico. Otros se quejan de que los autores no consideraran la posibilidad de que los pacientes que se recuperaron saludablemente sin las preces de las congregaciones -la mayoría- quizá se beneficiaron de las oraciones espontáneas de sus familiares.

No pocos colegas médicos han respirado de alivio. Temían que en una sociedad tan litigiosa como la estadounidense, si se demostrase científicamente que las peticiones a Dios ayudan a curar enfermedades, todos los doctores estaríamos obligados a orar por nuestros pacientes -o a contratar a otros para este servicio- pues, de lo contrario, nos expondríamos a una demanda judicial por negligencia profesional. Los resultados de la investigación tampoco han pasado desapercibidos en el mundo del humor. Hace unos días escuché al conocido cómico de la televisión Jay Leno usar el estudio para mofarse del gobierno republicano: "Se descarta el poder curativo de rezar... el fundamento ideológico del plan sanitario del presidente Bush, que quiere dejarlo todo en manos de Dios, se va a la porra".

Pese a la posibilidad de que rezos bien intencionados puedan dañar sin querer a pacientes bajo ciertas circunstancias, estoy seguro de que este aviso de la ciencia no va a impedir que las personas religiosas sigan orando por sus semejantes desafortunados. Hoy sabemos que los frutos de las prácticas solidarias revierten a quienes las ejercen. Por ejemplo, en el caso del voluntariado, está demostrado que las personas que se involucran en actividades que tienen un impacto positivo en la vida de otros, disfrutan de una autoestima más alta, sufren menos de ansiedad, duermen mejor, abusan menos del alcohol o las drogas y persisten con más tesón ante los reveses cotidianos, que quienes rehúyen estas tareas altruistas.

El importante estudio de Benson y demás colegas tampoco va a eliminar la necesidad de los seres humanos desgraciados de buscar en otros una fuente de apoyo y esperanza. Las personas que se sienten parte de un grupo solidario superan las adversidades mucho mejor que quienes carecen de una red social de soporte emocional. Todos o casi todos, en momentos penosos buscamos aliento de nuestros seres queridos o promesas de alivio de expertos del dolor que nos aqueja. Con todo, para la mayoría de las personas que se enfrentan a las calamidades de la vida, los mensajes más reconfortantes proceden de sus propias voces internas, de su dimensión espiritual.

Si bien todavía nos queda mucho por aprender sobre los mecanismos que intervienen en la conexión espiritualidad-salud, numerosas investigaciones en Europa y Estados Unidos revelan que los sentimientos espirituales ayudan a superan mejor las enfermedades graves. Estos sentimientos pueden alimentarse de creencias religiosas; de causas como el amor, la libertad o la justicia social; o de alguna faceta del Universo, como la puesta del sol o la brisa del mar. El elemento terapéutico principal de cualquier tipo de espiritualidad es la esperanza, porque la confianza en que ocurrirá lo que deseamos nos protege del fatalismo y la indefensión.

En mis años de práctica he comprobado que, para ser eficaz, la espiritualidad no debe socavar el sentimiento de que el rumbo de nuestro barco está en nuestras manos. La conciencia de que ocupamos el asiento del conductor, aunque tenga una dosis de fantasía, nos motiva a vencer situaciones de riesgo. Si creemos que mandamos sobre nuestras decisiones y que nuestras acciones cuentan, tendemos a transformar nuestros anhelos en desafíos y a luchar con más fuerza contra los males que nos afligen, que cuando sentimos que la solución no depende de nosotros o "nada que yo haga importa".

Por todo esto, es comprensible que resulte contraproducente comunicar a un enfermo grave que terceras personas piadosas rezarán por él. El motivo no es el temor que pueda provocar esta noticia -"¿tan mal estoy para que tengan que implorar a Dios por mi recuperación?"- sino el peligro de que el doliente decida eludir su responsabilidad personal de combatir la enfermedad y opte por delegar a otros su salvación. Todos nacemos con dos nacionalidades: la del país de la vitalidad y la del estado de la invalidez. Aunque preferimos habitar en el país de la salud, tarde o temprano casi todos nos vemos obligados a vivir en el reino de la enfermedad. Llegado ese momento, pienso que si almas caritativas nos ofrecen plegarias a Dios para que sanemos lo más prudente es decirles, ¡no, gracias!

La tumba del hermano.

SUSO DE TORO | EL PAÍS | 29/04/2006

"¿Quién sabe dónde?" preguntaba aquel programa de televisión al que acudían quienes buscaban a familiares desconocidos o desaparecidos. Las búsquedas más conmovedoras eran las de quien había crecido en hospicios o había sido adoptado y desconocía a su madre, a su padre. Necesitaba conocer, para poder querer, u odiar. Esas personas no lloraban una pérdida, sino que estaban torturadas por la falta, por el hueco de lo que nunca hubo. Y ese vacío infectaba toda su vida adulta. Su vida social y familiar era una simulación, ruido para ahogar un desgarrado grito silencioso.

Nuestro sistema nervioso tiene una raíz oculta, o una antena, que nos conecta al pasado, un filamento que nos conecta con la especie. Dicho de modo más personal y real, nos conecta a nuestros muertos. Y ellos nos transmiten sus humores, de allí nos llegan mensajes a los vivos.

Se trata de la especie y de los especímenes que somos, seres humanos. Una especie que nació de caminar erguida, de sujetar con el pulgar, de crear herramientas para conseguir proteínas, eso facilitó el desarrollo cerebral. Y así nuestros antecesores desarrollaron lenguaje articulado y lo que llamamos conciencia. El carbono 14 nos permite datar el inicio de tecnologías como el tallar piedra y encender fuego; los enterramientos de miembros del grupo nos permiten datar el inicio de la conciencia. Enterrar a los muertos, tenerles respeto, venerar su memoria o denostarlos es uno de los signos fundamentales de lo humano. Dialogar con el pasado a través de nuestros muertos es un signo del "homo sapiens sapiens" que somos.

La muerte es el gran misterio, fuente última de toda religión, sistema de pensamiento y de valores. La ignorancia fingida o forzada de la muerte es una forma de alienación pura; bien contemporánea. Vivir fingiendo el olvido u olvidando realmente el pasado conduce a la locura. Nos salvan una y otra vez las llamadas de los muertos que están mal enterrados y que se nos aparecen y aparecerán hasta que les demos lo que nos piden.

Están aquí y seguirán estando las víctimas de la Guerra Civil que no pudieron ser despedidas por los suyos, que fueron ofendidas en su muerte y también después con su insultante ocultamiento. Y nos piden que las despidamos para que puedan irse, nos piden que les digamos adiós. Quieren una despedida. ¿Habrá un rito oficiado por los obispos españoles? En aquel momento los obispos alentaron y bendijeron la "Cruzada", participaron en la represión y colgaron en los costados de las iglesias cruces conmemorando solamente a los vencedores. ¿Se arrepentirán sus sucesores?, ¿conmemorarán a todos los muertos? Seguramente no, tendrá que ser un rito oficiado por civiles, aunque sea un rito sacro; pero habrá que hacerlo.

Habrá que sacar de infames agujeros a los sin paz para poderlos enterrar luego, para que descansen. A los que fueron ocultados bajo tierra indignamente debemos "darles tierra". Las sombras de los que fueron insultados en el momento de morir deben oír palabras agradecidas que les den paz al fin. Porque esos muertos condenados al olvido merecen nuestra gratitud, ellos fueron los sacrificados para impedir que tuviésemos lo que ahora tenemos, a ellos les debemos todo.

La República fue un fracaso político, pero nació de otro fracaso político mayor, la Monarquía de Alfonso XIII. La República fue un fracaso de la política institucional, incapaz de someter a su enemiga, la derecha conspiradora y golpista. Fracasó también porque las fuerzas verdaderamente republicanas apenas tenían base social, la mayoría de sus defensores pensaban que era un tránsito a otra cosa. La falta de sentido táctico de la presidencia de la República y de autoridad del Gobierno fueron la causa menos importante del fracaso.

No era un programa político y social equivocado o injusto, simplemente fue imposible entonces. Pero el programa republicano es el modelo esencialmente recogido en la Constitución vigente, aunque tenga forma de monarquía constitucional. En España los demócratas son hijos de la II República, y también de la I, y quien niega esto es porque no tiene detrás tradición democrática alguna. Nuestra democracia es posible gracias a quienes conservaron y transmitieron la memoria de la República y de sus defensores; nuestra democracia nace de aquellos derrotados, son nuestros padres fundadores.

Pero una parte del cementerio sigue combatiendo a la otra. Entonces los vencedores asesinaron a los vencidos, fueron aniquilados de modo sistemático y negada su memoria. Los asesinos murieron tranquilamente en sus camas. Como si no bastase, hoy aquellos que creen ser leales a la memoria de los vencedores siguen negándoles el respeto a sus víctimas, les niegan la reivindicación a los derrotados y la dignidad a sus muertos, a aquellos a quienes les debemos tanto.

Es justo que al fin haya un Año de la Memoria. Durante años, Antígona, la veladora de la memoria, ha permanecido a las puertas de la ciudad guardando el cadáver de su hermano. Hasta ahora ha prevalecido la prudencia de su hermana, "piensa qué muerte infame tendremos si, despreciando la ley, desobedecemos la orden y el poder del tirano". Pero es hora de que esos huesos mal enterrados que siguen ahí pidiéndonos respeto tengan descanso y nos lo den así a todos. Hora de enterrar piadosamente el cuerpo del hermano, de reconciliarnos con nuestros muertos. Con nuestro pasado.

Si no lo hacemos, dejaremos de ser "homo sapiens sapiens", poseídos por una enfermedad que nos vacía, que nos hace dejar de ser humanos.

Las lenguas.

MANUEL RIVAS | EL PAÍS | 29/04/2006

Mô es el nombre íntimo de Mahón. Es también, Mô, el título del último disco de Serrat. Su más reciente entrega de material sensible. Canta en catalán y se comprende todo, aunque uno no se entienda, porque se trata de material sensible. Así ocurre siempre con las bellas canciones. Decir Joan Manuel Serrat es renombrar lo que Roland Barthes llamaba "la felicidad de la expresión". No entendemos, o no entendemos todo, pero al oír de nuevo a Serrat en catalán, vemos, imaginamos cosas que antes no veíamos. Eso tiene que ver también con las bellas canciones. Y con las lenguas. Que la percepción, la capacidad sensitiva, está influida por la relación que mantenemos con las palabras es una evidencia tan poética como científica.

Mientras Serrat cantaba a Mô y nos permitía ver, imaginar y sentir algo nuevo, la Mesa del Parlamento Europeo decidía por la diferencia de un voto, siete contra seis, comerse un estofado de tres lenguas, el catalán, el gallego y el euskera, habladas por millones de ciudadanos españoles, europeos. Tanto el Consejo de Europa como el Comité de las Regiones habían mostrado su apoyo a la solicitud del Gobierno español para que en la Eurocámara se admitiese el uso de estos idiomas en las comunicaciones escritas con los ciudadanos. El propio Estado español se ofrecía a sufragar los mínimos costes de esta ampliación de derechos. Costes que en realidad son una inversión. España tiene esa suerte, esa riqueza. Además de la fortaleza internacional del castellano, contar con tres idiomas más. Uno de ellos, el gallego, nos permite comunicarnos con los países de habla portuguesa como Brasil. Pero no ha podido ser. El Partido Popular Europeo, con el voto decisivo de un eurodiputado de la derecha española, ha rechazado ese reconocimiento de un derecho que satisfacía a millones de ciudadanos y no perjudicaba a nadie. En el tiempo que dura escuchar las nuevas canciones de Serrat, esa maravillosa Cremant núvols (Quemando nubes), esa conmovedora Plou al cor (Llueve en el corazón), estos personajes conservadores se han comido tres lenguas centenarias. Extraña forma de conservar, la de la ablación de las lenguas. Frente a la manía de confundirlos con nacionalismos, los idiomas no pertenecen a ideologías. Son de la gente. Sobre todo, de la gente que canta. Gracias, Serrat, por la felicidad de expresión.

24.4.06

Vivir en paz.

FELIPE GONZÁLEZ | EL PAÍS | 23/04/2006

La paz, la convivencia sin que nadie trate de imponer sus ideas violentamente, es una condición necesaria para el ejercicio pleno de las libertades cívicas. La democracia tiene una vocación incluyente en la que caben todas las posiciones políticas, todas las opiniones, si se ejercen desde la aceptación de las reglas de juego. En estos momentos en que se abre la posibilidad de acabar con la violencia terrorista ejercida por ETA, es básico para la orientación de todos los esfuerzos tener claros los elementos de convivencia libre de toda sociedad democrática.

La articulación de un sistema democrático se basa en la ciudadanía como el elemento definitorio del derecho de pertenencia, al que no se puede anteponer ningún otro. En el País Vasco, el único factor que perturba, incluso impide, el ejercicio pleno de la democracia es la persistencia de la violencia. Su desaparición significaría la liberación de la ciudadanía de la lacra que la limita en el ejercicio pleno de sus funciones.

Por eso resulta tan extraña la confusión que supone hablar de la paz ligándola a condicionamientos políticos supuestamente democratizadores. ¿Mantienen que el precio de vivir en paz es ceder a lo que ellos pretenden políticamente, lo que contradice el fondo y la forma del sistema democrático? No reclaman la posibilidad -legítima- de defender sus ideas en igualdad de condiciones con los demás, aceptando el pluralismo natural de toda sociedad democrática.

En la fase en la que estamos, la intención de sacar ventajas políticas de la violencia, legitimándola de pasado y de futuro, conduce a lo contrario de lo que se afirma. No democratizaría el País Vasco, sino que le amputaría el derecho de pertenencia democrática, ciudadana, a una parte de su ciudadanía.

En nuestro caso, la paz no se contrapone a la guerra, porque no la hay como enfrentamiento violento entre partes, sino a la persistencia de una acción violenta unilateral que ha roto durante décadas las reglas de juego de la convivencia mediante el asesinato, la extorsión, el secuestro y la amenaza. A este grupo violento -el último de estas características en Europa- se han sumado como entorno otros que, sin estar directamente en la acción terrorista, la prolongan, le dan apoyo y aprovechan el terror para objetivos políticos idénticos a los de la organización terrorista.

Ahora que se abre la posibilidad, tal vez en mejores condiciones que nunca, de acabar con este fenómeno que alteró toda la época democrática, es lógico que se especule, sobre todo, que aparezcan sesudos especialistas opinando sobre los porqués de la situación creada. Incluso es lógico, por terrible que parezca, que haya gente que no quiera realmente que esto se acabe. Sin embargo, con los altibajos que acompañarán al recorrido, es posible que estemos entreviendo el final de esta locura.

¿Cómo ordenar el esfuerzo de todos los demócratas para ayudar, seriamente, en este proceso? Hablo de los demócratas porque hoy, como ayer cuando firmamos los Pactos de Ajuriaenea, de Madrid y de Navarra, es imprescindible para el buen fin del proceso el entendimiento de fondo entre las fuerzas democráticas, más allá de sus legítimas diferencias.

No debí de ser bien comprendido cuando afirmé que el apoyo al Gobierno en esta lucha debería mantenerse incluso cuando se cometan errores. Es claro, sin embargo, que hacía referencia a los principios básicos que han acompañado a estos pactos. El Gobierno de la nación tiene la responsabilidad de conducir el proceso, y los desacuerdos, cuando los haya, deben sustanciarse discretamente, sin polémicas públicas que sólo favorecen a los violentos.

Como ocurrió en el proceso del 98, con una tregua "indefinida pero no incondicional", había cosas que no me parecían acertadas en la conducción llevada a cabo por el Gobierno de la época, pero, como los dirigentes del partido socialista, me cuidé rigurosamente de polemizar sobre esas discrepancias. Era mucho lo que estaba en juego para anteponer intereses de partido a los intereses del Estado. Ahora, en circunstancias parecidas aunque diferentes, seguramente tendré los mismos problemas y, por ello, comprenderé que la oposición también los tenga, pero lo que intentaba reclamar era el mismo comportamiento que tuvimos cuando la oposición era Gobierno.

Por eso resulta tan extraño que el nombramiento del nuevo ministro del Interior haya sido cuestionado tan irresponsablemente. Ya lo hicieron con el anterior, olvidando que los nombramientos habidos en el Gobierno del PP para el Ministerio del Interior jamás fueron criticados por los socialistas, aunque hubiera méritos para hacerlo.

¿Cuál sería el interés en debilitar la figura del ministro clave en la lucha contra el terrorismo? Expresiones tan burdas como poner al zorro en el gallinero sólo permiten preguntarse a qué gallinas se refieren que necesitan protección frente al ministro. Parece que no lo quieren dejar trabajar, por lo que inician su tarea opositora con más de 200 preguntas sobre el 11 de marzo. Ahora que pueden disponer del sumario, que da respuesta a sus inquietudes -en todos los sentidos del término- y podrían solicitar, sin interferir en la acción de la justicia, que se reabriera la Comisión de Investigación, para aclarar en el ámbito parlamentario lo que es propio del mismo: dónde estuvieron los fallos, por qué no pudieron ser evitados y, eventualmente, a quién o quiénes hay que atribuir las responsabilidades.

No han sido los únicos en el cuestionamiento. También el dirigente peneuvista Egibar lo ha descalificado por razones opuestas a las esgrimidas por los responsables del PP. Seguramente, Rubalcaba tiene la mala costumbre de creer que España es un espacio público compartido que nos define como Estado-nación al que pertenecemos por razones de ciudadanía, no de otra naturaleza. Incluso debe creer que en democracia las reglas son tan importantes como los contenidos, de manera tal que para cambiar los contenidos hay que utilizar las reglas y no saltárselas a la torera.

Sólo queda el consuelo de pensar que si Rubalcaba no gusta ni al Sr. Acebes ni al Sr. Egibar, es bastante probable que el nombramiento haya sido un acierto. Porque tendrá una ardua tarea, en este y en otros frentes, como la mayoría de los ciudadanos intuyen, y deberá sortear esas zancadillas sin perder la calma. Ha tenido un buen predecesor con el que podrá coordinarse bien en asuntos de competencia compartida para el buen fin de la tarea del Gobierno en el esfuerzo por acabar, definitivamente, con la lacra de la violencia.

Notas escépticas de un republicano.

ANTONIO MUÑOZ MOLINA | EL PAÍS | 24/04/2006

En España, país desmemoriado, se ha puesto de moda la memoria. Es una memoria singularmente selectiva: borra o desfigura la parte del pasado más cercana al presente y se remonta a una lejanía hasta hace poco no muy frecuentada, salvo por los aficionados a la historia y los historiadores profesionales, y por algunos novelistas que educamos nuestra imaginación en los relatos cautelosos sobre la República y la guerra que escuchamos de nuestros mayores en la infancia. La historia es un saber difícil que requiere largas investigaciones, ofrece muchas incertidumbres y da a veces amargas noticias. La memoria no se investiga, sólo se recupera, sin exigir mucha disciplina, incluso, muchas veces, con un propósito de afirmación personal o colectiva que nadie está autorizado a discutir, ya que la memoria, por definición, le pertenece al que la posee. La memoria, si no es vigilada por la razón, tiende a ser consoladora y terapéutica. Modificar los recuerdos personales para que se ajusten a los deseos del presente es una tarea legítima, aunque con frecuencia tóxica, a la que casi todos nosotros somos proclives.

Cuando la memoria se convierte en un simulacro colectivo su efecto empieza a ser más alarmante. Su primacía desaloja a la historia del debate público, porque la historia es mucho menos maleable, y con frecuencia puede desmentir las buenas noticias sobre el pasado que a todos nos gusta regalarnos. Al filtrarse a través del recuerdo, y también del olvido, el pasado se convierte en ficción y en materia novelesca. Pero a la novela no le exigimos fidelidad a los hechos privados o públicos que puedan haberla inspirado. La responsabilidad de la novela es estética y moral: la de los discursos públicos, casi como la de la ciencia, debería estar sujeta a las exigencias más severas del conocimiento.

Como novelista y como ciudadano, la negligencia o el silencio que durante muchos años envolvieron el recuerdo de la Segunda República, de la Guerra Civil y de la resistencia antifranquista me parecieron desoladores. La falta de conexión entre el presente iniciado en la transición y las tradiciones progresistas españolas que fueron interrumpidas por la guerra y sepultadas por el franquismo ha sido una de las debilidades mayores de nuestro sistema democrático: ha alimentado nuestro raquitismo cívico y nuestra profunda penuria cultural, así como una contumaz injusticia hacia quienes lucharon contra la dictadura o fueron víctimas de lo que Paul Preston ha llamado la "política de la venganza". Quienes ya éramos adultos a principios de los años ochenta sabemos que la razón de tanto olvido público no era el chantaje de una derecha franquista que siguiera vigilando desde la sombra. Desde 1982 el Partido Socialista gobernaba con mayoría absoluta, y sus dirigentes, empeñados en la tarea necesaria de modernizar plenamente el país, optaron por ocuparse más del futuro que del pasado, con un entusiasmo en el que había una parte de arrojo verdadero y otra de frivolidad y cosmética. De pronto la épica de la resistencia se había quedado antigua, tan obsoleta como las barbas y como las chaquetas de pana. Cambios verdaderos y profundos sucedían mientras tanto, pero muchos nos sentimos agraviados en aquellos años por la amnesia atolondrada de los que mandaban, por la falta de escrúpulos y una propensión al favoritismo y al descuido de la moral pública que habrían de acabar en los escándalos de corrupción de los primeros años noventa.

La historia proscrita por el franquismo fue una historia simplemente abandonada por la democracia. Abandonada por el Estado central y sustituida por mitologías más o menos lunáticas en los sistemas educativos de los gobiernos autónomos, consagrado cada uno a la tarea de inventar pasados gloriosos que fatalmente acabarían malogrados por una pérfida invasión española. La mezcla de la pedagogía posmoderna y del nacionalismo identitario pueden conducir a resultados pintorescos o alarmantes, a una confusa aleación de ignorancia y adoctrinamiento muy peligrosa para la vida civil pero muy útil para la demagogia política.

A algunos nos parecía que el estudio atento de la República y de la Guerra Civil era a la vez una reparación parcial de las injusticias del olvido y una búsqueda de esos valores sustantivos cuya debilidad resultaba tan dañina para nuestro sistema democrático. Al leer obsesivamente libros sobre entonces -los diarios de Azaña, las memorias de Barea, las novelas de Max Aub, los estudios de Hugh Thomas o de Jackson, la sobrecogedora historia oral de Ronald Fraser- revivíamos una y otra vez un drama que no nos apasionaba ni nos hacía sufrir menos porque conociéramos de sobra su triste final. Nos indignaba el escándalo de la indiferencia de las democracias hacia la suerte de la República española, el modo en que aceptaron sacrificarla queriendo apaciguar a Hitler. Pero también nos producía un íntimo dolor, semejante a una derrota personal, la incapacidad de las fuerzas políticas del bando leal para unirse eficazmente contra el enemigo común. Al cobrar conciencia política en los últimos años de la dictadura, sentíamos una nostalgia doble del porvenir y del pasado, del mañana en el que podríamos respirar y vivir en libertad y del lejano ayer en el que la libertad existió brevemente. Igual que saltábamos sobre la cultura del pasado inmediato para vincularnos a una tradición de heroica modernidad literaria y estética que interrumpió la guerra y dispersó el exilio, queríamos buscar nuestra legitimidad política en aquella República que era el reverso exacto del régimen siniestro en el que habíamos

crecido. Por eso había un fondo de desconsuelo al ver que la democracia restaurada no se esforzaba demasiado en honrar a los perseguidos, a los silenciados, a los encarcelados y asesinados por el franquismo, a los que salieron de España al final de la guerra y continuaron combatiendo al nazismo en Europa, a los cautivos y supervivientes de los campos alemanes. Hubiéramos querido que se les hiciera justicia mientras estaban vivos, y también que los valores que ellos defendieron tuviesen más presencia en la política española: un sentido de la austeridad y la decencia, de la ciudadanía solidaria y responsable, una vocación franca de justicia social, un amor exigente por la instrucción pública, un verdadero laicismo, un respeto a la ley entendida como expresión de la soberanía popular.

No es eso lo que hemos visto tanto como habría sido necesario, y si no lo hemos visto no ha sido por la presión de una derecha torva y de vocación autoritaria o por la existencia de un rey. Pero a pesar de esas deficiencias -de las cuales los únicos responsables son la clase política y la ciudadanía, cada uno en su escala de acción- en 30 años España ha cambiado tan prodigiosamente que ni siquiera los que hemos vivido este tránsito somos capaces de comprender su magnitud y su calado. Nos hace falta el testimonio deslumbrado de quienes nos han visto desde fuera, y no hemos sido capaces de hacer conscientes a nuestros hijos de la novedad y la fragilidad de lo que nosotros no tuvimos y ellos dan casi desganada o despectivamente por supuesto. Hemos pasado de la dictadura a la democracia, del centralismo al federalismo, del tercer mundo al primer mundo, del aislamiento internacional a la plena ciudadanía europea. Nos hemos dado un sistema educativo y sanitario públicos que con todas sus deficiencias sólo puede valorar quien ha viajado algo por el mundo y sabe lo que significa que la salud y la escuela sólo sean accesibles a quien puede pagarlas. Y sin embargo nadie o casi nadie siente lealtad hacia el sistema constitucional que ha hecho posibles tales cambios, y en lugar de compartir una concordia basada en la evidencia de lo que hemos podido construir entre todos nos entregamos a una furia política en la que cada cuál parece guiado por un propósito de máxima confrontación.

En una pelea de baja ley cualquier objeto puede convertirse en un arma arrojadiza: la más reciente, en España, es la memoria, la República olvidada que de pronto regresa a las primeras páginas, la Guerra Civil que se usurpa a los historiadores y al recuerdo doloroso de quienes la sufrieron para desfigurarla a la medida de los intereses políticos de unos y otros y a la voluntad de cizaña de los enemigos más descarados de la democracia. Para quienes hemos pasado muchos años no queriendo aceptar la obligación del olvido es alentadora la idea de que de pronto tantas personas coincidan en el recuerdo de un tiempo decisivo de la historia de España: pero no deja de ser llamativo que el recuerdo llegue tan tarde, y que coincida tan oportunamente con una nueva amnesia -ahora, sobre la transición- y con diversos proyectos de desmantelar el sistema político fundado por la Constitución de 1978.

Cada uno tiene sus lealtades íntimas y sus nostalgias personales, y para muchos de nosotros el 14 de abril y la bandera tricolor, el coraje republicano de Antonio Machado, el patriotismo cívico y sereno de los diarios de Manuel Azaña, mantienen un resplandor indeleble, vinculado a nuestros sueños juveniles de libertad y a nuestros más firmes ideales del presente. Pero la lealtad sentimental no debería cegarnos, precisamente porque entre los valores republicanos más altos está la primacía de la racionalidad sobre el delirio romántico. Y hace falta mucho cinismo intelectual, mucha malevolencia, para empujar al campo de los añorantes del franquismo a quienes no se dejan llevar por esta oleada entre dulzona e interesada de memoria nostálgica y prefieren no olvidar lo que han aprendido en los libros de Historia y en los testimonios de quienes vivieron de cerca aquel tiempo. En los diarios del tiempo de la guerra, en esa desolada obra maestra de la literatura en español que es La velada en Benicarló, Manuel Azaña cuenta su amargura ante el sectarismo, la incompetencia y la deslealtad a la República de muchos de los que deberían haberla defendido. En el desmoronamiento del Estado que sobrevino tras la intentona militar del 18 de julio, cada fuerza política o sindical, cada gobierno autónomo se entregó con ceguera suicida a la persecución de sus propios intereses, como si la guerra, más que una crisis terrible que los amenazara a todos por igual, fuese una oportunidad de oro para alcanzar fines -la independencia, la revolución, el comunismo libertario, etcétera- que nada tenían que ver con la legalidad republicana. Leyendo a los historiadores y a los memorialistas más eminentes, uno tiene la sensación de que la República, en un cierto momento de la guerra, no tenía más defensores sinceros que Manuel Azaña, Juan Negrín, el general Vicente Rojo y Max Aub.

No creo que sea de ese sectarismo insensato del que se tiene nostalgia, ni que en aquella tentativa breve y maltratada de democracia hubiese algo de lo que no disfrutemos ahora. Ni una sola de las libertades que afirmaba la Constitución de 1931 está ausente de la de 1978, del mismo modo que las valerosas iniciativas de justicia social, educación e igualdad de aquel régimen no pueden compararse, por la enorme diferencia de los tiempos históricos, con los progresos del Estado de bienestar que disfrutamos ahora. ¿Fueron entonces más iguales las mujeres y los hombres? ¿Hubo mejor protección para los parados, recibieron mejor atención pública los enfermos? ¿Estuvieron más respetadas las minorías? ¿Fue más autónoma Cataluña con el estatuto de 1932 que con el de 1980? ¿Podemos excluir de nuestra genealogía democrática a Adolfo Suárez o al general Gutiérrez Mellado, que tan gallardamente se mantuvieron en pie frente a la zafia agresión de los golpistas del 23 de febrero de 1981?

Parecen preguntas idiotas, pero es necesario formularlas, al menos para deslindar el reconocimiento histórico de las mejores iniciativas de entonces de esa nostalgia gaseosa que se va volviendo más densa cada día y no nos deja ver los secos perfiles de lo que ocurre ahora mismo, las señales de alarma que deberían empezar a inquietarnos. Algo distingue -o distinguía al menos hasta hace poco- a la mayor parte de los discursos políticos surgidos del 78 sobre los del 31: la idea de que el adversario no es necesariamente el enemigo, y de que por encima de las discrepancias más radicales está la fidelidad a unos cuantos principios comunes que son el entramado básico de la democracia. En 1931 España era un país de terribles diferencias sociales, en una Europa desgarrada por la crisis económica y los fanatismos políticos. En una época en la que tan rara era la templanza, puede ser comprensible -aunque no deje de ser lamentable- que con tanta frecuencia los discursos políticos derivaran hacia un pavoroso extremismo. Pero si estos tiempos son tan visiblemente otros, ¿de dónde nace la furia verbal que uno observa ahora en España, y que lo golpea a uno como un puñetazo al conectar la radio o mirar los titulares de un periódico, la voluntad desatada y al parecer casi unánime de eliminar cada uno de los espacios de concordia en los que se han basado estos treinta años de democracia y progreso? ¿Tenemos que seguir eligiendo entre lamentar el asesinato del teniente Castillo o el de José Calvo Sotelo, entre callar la matanza de la plaza de toros de Badajoz o la de la Cárcel Modelo de Madrid?

Manuel Azaña imaginó un patriotismo basado "en las zonas templadas del espíritu". Una manera de conmemorar ese deseo es vindicar los modestos ideales que lo hacen posible: defender la instrucción pública y no la ignorancia, el respeto a la ley frente a los mangoneos de los sinvergüenzas y los abusos de los criminales, el acuerdo cívico y el pluralismo democrático por encima de los lazos de la sangre o la tribu, la soberanía y la responsabilidad personal y no la sumisión al grupo o la impunidad de los que se fortifican en él. Estos son mis ideales republicanos: espero que se me permita no incluir entre ellos la insensata voluntad de expulsar al adversario de la comunidad democrática ni el viejo y renovado hábito de repetir consignas en vez de manejar razones y acusar de traición a quien se atreve a disentir de la ortodoxia establecida, o a no seguir la moda ideológica del momento.

23.4.06

Aznar no exigió a la banda que cediera su arsenal en la tregua de 1998.

EL PAÍS | 20/04/2006

El Gobierno del PP que presidía José María Aznar en 1998 no contemplaba exigir a ETA el abandono de las armas, pero sí el abandono definitivo de la violencia. Aznar anunció el 3 de noviembre de aquel año: "El Gobierno y yo personalmente he autorizado contactos con el entorno del Movimiento Vasco de Liberación".

Dos días antes, EL PAÍS, citando fuentes del Gobierno, anunciaba que el Ejecutivo no exigiría a la organización terrorista la entrega de las armas. La misma información recogía, según fuentes de La Moncloa, la intención de aprovechar la experiencia del Gobierno de UCD, cuando consiguió la autodisolu-ción de ETA político-militar en 1982 y se mencionaba que en aquella ocasión tampoco se exigió la entrega de las armas.

El 4 de noviembre de 1998, al día siguiente de la confirmación oficial, el diario Abc publicaba una información en la que señalaba que "el Ejecutivo de Aznar no ha esperado a que ETA demuestre esa voluntad de poner fin al terror para comenzar esos primeros contactos a nivel exploratorio" aunque en los contactos previos, uno de los cuales tuvo lugar en "una localidad próxima a Burdeos" (Francia), se habían "planteado a los interlocutores de la banda un serie de condiciones concretas".

Según la misma información, entre esas exigencias estuvo la del "desmantelamiento total de la infraestructura que ETA tiene en Francia y en España y que incluye, no sólo la utilizada por los comandos sino la fábrica de armas y explosivos. Ello no supone necesariamente", añadía el periódico citando fuentes propias, "la exigencia de que físicamente entreguen las armas".

Aznar: "Jamás el Gobierno que presidí dio instrucciones de negociar con ETA".

EL PAÍS | 15/05/2005

"Jamás el Gobierno que yo presidí dio instrucciones a nadie de negociar, y menos con terroristas", afirmó ayer José María Aznar, ex presidente del Gobierno, en la clausura del Congreso de Nuevas Generaciones de Cantabria. Desde que Mariano Rajoy, el pasado otoño, fue elegido presidente del PP, Aznar no había participado en ningún mitin ni acto de su partido. Ayer, sin embargo, el ex jefe del Ejecutivo aprovechó un congreso provincial de la organización juvenil de los populares en Santander para subir a la tribuna y afirmar que, mes y medio después de que ETA declarara unilateralmente una tregua, él autorizó contactos para "constatar si los terroristas estaban dispuestos a rendirse".

Según el relato de Aznar, tales contactos fueron comunicados a la opinión pública y sirvieron para "constatar" que ETA no tenía intención alguna de rendirse. A partir de ahí, según les dijo Aznar a los militantes de Nuevas Generaciones de Cantabria, su Gobierno "desarrolló la batalla más frontal contra el terrorismo" de ETA.

"Hace falta derrotarles, se les puede derrotar y se les tiene que derrotar", mantuvo Aznar para añadir que es posible "que ahora alguien haya descubierto que es mucho mejor dar la razón a los terroristas que no derrotarles". El ex jefe del Ejecutivo dio por hecho que eso es lo que ha decidido el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero: "Cuando en un año se destruye la Ley de Partidos, se rompe el consenso antiterrorista, se acaba con una alternativa política en el País Vasco y se permite la entrada de representantes de terroristas en las instituciones se está dando un salto atrás colosal y extraordinario en la lucha contra el terrorismo".

Aznar aprovechó su inhabitual intervención en un acto del PP para elogiar el discurso que hizo Rajoy el miércoles en el debate sobre el estado de la nación. A su juicio, Rajoy "hizo muy bien lo que tenía que hacer y dijo lo que tenía que decir". Y apostilló: "Todos estamos con él y vamos a seguir estando con él en esta tarea".

El ex presidente Aznar pronosticó que vienen tiempos "complicados y difíciles" para España, en los que el PP deberá estar "unido, atento, fuerte y deseoso de cumplir con sus obligaciones". Lejos de considerar un inconveniente la dureza del discurso por el que ha optado Rajoy a partir del miércoles, Aznar le dijo a los alevines de su partido que "los problemas fundamentales llegan" cuando "uno no sabe exactamente cuál es su posición". Según él, "el PP la sabe": tiene que "seguir luchando" por los valores de "la vida y la libertad". Y en esa lucha, el terrorismo es "la tarea más dura que tiene España".

Aznar, en 1998: "He autorizado personalmente contactos"

EL PAÍS | 15/05/2005

El 3 de noviembre de 1998, el Gobierno de José María Aznar anuncia que se han iniciado contactos con el entorno de ETA para abrir un proceso de paz. Éstas son algunas de las declaraciones más importantes realizadas por el entonces presidente aquellos días.

- 3 de noviembre de 1998. La agencia Efe distribuye un despacho en el que se confirmaba que Aznar había autorizado contactos con el entorno de la banda terrorista ETA. Según fuentes del Gobierno, los contactos con el Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV) tenían como objetivo "acreditar" la voluntad de la organización terrorista de "dar los pasos necesarios para abrir un proceso de paz mediante el cese definitivo de la violencia". Aznar, según las mismas fuentes, no quería intermediarios entre el Gobierno y el entorno del MLNV, y pretendía dirigir personalmente el proceso de paz. Y dejaba abierta la puerta a una interlocución directa con el líder de Euskal Herritarrok (EH), Arnaldo Otegi.

- 4 de noviembre. En una rueda de prensa conjunta con el líder de la Autoridad Palestina, Yasir Arafat, de visita en España, Aznar fue preguntado sobre estas informaciones: "Le quería preguntar sobre la iniciativa suya que se conoció ayer [...]. Si tiene un calendario y si ha tenido algo que ver en esta iniciativa la moderación relativa de EH después de las elecciones en el País Vasco" Su respuesta fue la siguiente: "Yo he querido que los ciudadanos supieran y tengan muy claro que el Gobierno, y yo personalmente, ha autorizado contactos con el entorno del Movimiento Vasco de Liberación. Lo he autorizado personalmente y quiero que los españoles lo sepan [...]. Cuantos pasos tengamos que dar en este camino serán conocidos por la opinión pública española, que los podrá juzgar y los podrá valorar. Evidentemente, otra cosa distinta es, si da lugar a un proceso de reuniones o conversaciones, la materialización, lo concreto, el detalle, de eso, que tiene que estar sujeto al principio, como es lógico, de la discreción y de la reserva. Y estoy seguro de que al mantenimiento de ese principio me van a prestar ustedes su colaboración y su comprensión entusiasta [...].

Y, naturalmente, si se llega a un final de cese definitivo de la violencia, eso será por todos y para todos; no será de unos contra otros, será de todos y para todos, y todos, naturalmente, habrán contribuido a ello y todos participarán del mismo.

El Gobierno tiene responsabilidades, a veces, intransferibles, y en esta situación, como en todas, hay una responsabilidad intransferible del Gobierno y del presidente del Gobierno; y hay unas responsabilidades compartidas, y hay que saber distinguir claramente lo que son responsabilidades intransferibles y responsabilidades compartidas. Alguien tenía que comenzar, alguien tiene que dar la señal, y eso no es una responsabilidad compartida, sino que es una responsabilidad estrictamente intransferible.

Pero, por el lado de los diálogos con los partidos políticos, con los diálogos con las formaciones políticas, especialmente con el diálogo con la oposición parlamentaria, yo sugeriría claramente mucha tranquilidad, porque hay muchas razones para que todos los grupos parlamentarios y todos los partidos, en este caso el principal partido de la oposición, esté sumamente tranquilo en toda esta cuestión.

Y, por último, quiero decir que la decisión que yo he tomado es una decisión que entra dentro del principio de coherencia. Yo he establecido la transparencia, el consenso y la coherencia. La sociedad española desea fervientemente que el Gobierno diese este paso y que lo diese amparado en la razón, y, en este caso, amparado en la razón de los hechos y en la razón de las urnas, habiendo hablado los ciudadanos vascos".

- 5 de noviembre. Aznar anunciaba que estaba dispuesto "al perdón y a la generosidad" si ETA aceptaba el resultado de las elecciones y renunciaba definitivamente a las armas.

El Gobierno de Aznar acercó a 135 presos de ETA antes del diálogo .

Los dirigentes del Ejecutivo del ex presidente apoyaron las conversaciones con la banda.

EL PAÍS | 04/03/2006

Recién estrenado en el poder, el PP se enfrentó al secuestro del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara por ETA (enero de 1996) y al asesinato de Miguel Ángel Blanco (julio de 1997). El ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, hablaba entonces de flexibilidad; y en los meses siguientes a la llegada al Gobierno del PP, con atentados de ETA, hubo acercamientos de presos al País Vasco. Con la tregua, esa medida favorable afectó a 135 reclusos. El Gobierno popular decidió acercar a presos etarras a cárceles del País Vasco en pleno secuestro de Ortega Lara. Interior hizo un análisis individualizado de los 150 presos de ETA en segundo grado. La decisión del acercamiento de 32 de ellos se produjo durante la tercera semana de junio de 1996, en la que ETA dictó una tregua de siete días. Aznar rechazó la relación entre ambos hechos: "El acercamiento que se ha producido nada tiene que ver con la tregua de ETA. Era una decisión tomada con anterioridad por el Ejecutivo".

- "La Guardia Civil no se opone a un final dialogado". El director general de la Guardia Civil, Santiago López Valdivieso, declaraba por aquellos días que el Cuerpo de Seguridad que dirigía no se oponía al diálogo con ETA. "No sé si en la Guardia Civil hay gente que se opone a un final dialogado, pero la Guardia Civil no se opone a nada". Según declaró entonces López Valdivielso, al terrorismo "hay que combatirlo, neutralizarlo y aniquilarlo, pero hay distintas salidas, distintas políticas a aplicar para llegar a ese mismo resultado".

- Traslado de reclusos de ETA. En febrero de 1997, el Ministerio del Interior decidió el traslado a la prisión de Nanclares de Oca (Álava) y Burgos de cinco reclusos de la organización terrorista ETA, debido "exclusivamente a la evolución positiva" que se aprecia en su actitud. Según Interior, no se trataba de un plan global, sino basado en "el principio de la individualización". Dos meses después, el PP se reunía con el resto de partidos en torno al Pacto de Ajuria Enea y reafirmaba la posibilidad de abrir un diálogo con ETA si dejaba las armas. Un día después, la banda contestaba asesinando a un inspector de policía en Bilbao de un tiro en la cabeza.

En julio de 1997, ETA secuestró al concejal del PP Miguel Ángel Blanco y amenazó con matarlo, cosa que hizo finalmente, si no se acercaba a los presos de la banda a las cárceles del País Vasco. El Gobierno no cedió.

- Secretario de Estado de Seguridad: "El proceso será largo. No podrá haber nunca ni vencedores ni vencidos". Esta frase la pronunció Ricardo Martí Fluxá el 27 de noviembre de 1997, casi un año antes de que ETA dejara de matar. Y añadió: "La palabra rendición total es profundamente ajena a lo que puede suponer la posición del Gobierno en torno a ETA".

- Aznar y el Movimiento de Liberación Nacional Vasco. Aznar apoyó los contactos con ETA a finales de 1998 después de que la banda dictara una tregua en septiembre de ese año (la tregua se rompió en noviembre de 1999). "Esta decisión obedece a la percepción de los cambios registrados en el entorno del Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV), que se han traducido en intentos de aproximación a los que el Gobierno quiere ahora responder", señaló. Antes del contacto, el acercamiento de presos se hizo de forma casi masiva. Hubo al final 135 etarras que dejaron la prisión en la que estaban y se acercaron a otras más próximas a Euskadi. Entre esos presos estaban algunos de los más sanguinarios, como Domingo Troitiño, autor de la matanza de Hipercor. El PSOE, en la oposición, apoyó el acercamiento de presos. Todas las fuerzas parlamentarias también respaldaron la medida, que tuvo como precedente una resolución aprobada por unanimidad en el Congreso.

15.4.06

Ayala y Rubial, el legado republicano en el éxito de la democracia.

JUAN JOSÉ LABORDA | EL PAÍS | 14/04/2006

Francisco Ayala, quien felizmente celebra este año su centenario, escribió en 1965 un ensayo titulado España, a la fecha, en el que junto a una censura moral completa del régimen franquista, defendía una salida democrática pensando en un futuro europeo; para superar definitivamente la autárquica manera de enredarnos en las querellas y venganzas de nuestra doméstica y trágica historia. Ramón Rubial, nacido el mismo año que Ayala, y muchos de los resistentes republicanos, llegaron a las mismas conclusiones.

Una de las claves de la transición fue que protagonistas como Rubial o Ayala escribieron un capítulo nuevo de historia junto a las generaciones más jóvenes, y con su autoridad moral invitaron a que, como deseaba Gil de Biedma, la historia de España no terminase como siempre mal. Hubo un conjunto de hechos que les llevó a examinar críticamente sus ideas. Ésta es la radical diferencia con el grupo de doctrinarios que han revisado recientemente la historia de la República para condenar a los republicanos en nombre de quienes conspiraron, destruyeron y exterminaron ese régimen democrático y a quienes se identificaron con él.

Mientras esa operación de juicio político se sustenta en ideologías dogmáticas, Rubial y Ayala, y muchos otros, realizaron la revisión crítica desde la perspectiva de los años setenta, en la que se sabían cosas que ni se podían imaginar en los treinta, por ejemplo, la terrible verdad del nazismo y del estalinismo; o el conocimiento de recientes experiencias que habían hecho reflexionar a los demócratas de todo el mundo, como el Chile del presidente Allende. No tiene legitimidad ni asidero intelectual riguroso analizar la historia de la República, juzgándola con actos de los que son responsables en primer grado sus enemigos. Rubial participó como dirigente en la revolución obrera de 1934. Los cambios revolucionarios de régimen político habían sido algo común en la época liberal en toda Europa, constituían hitos que eran conmemorados hasta en los libros escolares y en esos años los levantamientos obreros habían tenido, en España como en Austria, signo defensivo ante la utilización del Estado democrático por el fascismo, como sucedió con la República de Weimar.

Como el mismo Ayala indica en su libro, las guerras civiles del siglo XIX, a pesar de la desgracia objetiva que fueron, terminaron con el asentamiento de regímenes liberales, y procuraron una reconciliación y un perdón nacionales. Lo que sucedió después de la guerra del 36, y durante la hegemonía del totalitarismo alemán, italiano o ruso, se sitúa en un plano distinto a todo lo que había sucedido desde la Revolución Francesa. Primo Levi y Alexandr Solzhenitsyn han mostrado horrores desconocidos, el mal en grado absoluto, como obra de la política y del Estado. Ya no será nada igual. Después de aquellas experiencias sombrías para la condición humana, los auténticos herederos de la experiencia republicana tenían argumentos para pedir soluciones distintas en la transición de los años setenta, por ser congruentes con las ilusiones y certezas con las que se vivió la proclamación de la II República.

El respeto que Ayala y Rubial sentían por el Estado de Derecho, la paz como logro sustantivo y la libertad como condición para la justicia, es cierto que era mayor en 1978 que en 1931. Pero sus valores sobrevivieron porque mujeres y hombres como ellos, los mantuvieron críticamente en vigor durante tiempos en que el poder creía haberlos aniquilado definitivamente.

Un intento brillante abocado al fracaso.

FRANCISCO BUSTELO | EL PAÍS | 14/04/2006

Lo sorprendente hubiera sido que la II República se hubiera desenvuelto en paz. España en 1931 se caracterizaba por ser un país sumamente conflictivo. Tenía un nivel económico bajo, una riqueza mal distribuida y mucha pobreza. Las tensiones sociales eran fortísimas y entre los desfavorecidos los afanes de cambio eran lógicamente grandes. Esos afanes ya habían comenzado a dejarse sentir desde principios del siglo XIX, pero en el primer tercio del siglo XX, ante las escasas mejoras, se intensificaron. Frente a ello, había un tradicionalismo no menos fuerte en instituciones y fuerzas políticas que se oponían tenazmente a todo cambio.

Esa resistencia al progreso, mayor que la registrada en otros países, se explica por la propia historia de España, cuando ya desde el siglo XIII, por mor de la Reconquista, predominó la nobleza con un régimen señorial que afianzaron los Reyes Católicos, cuando en el siglo XVI una Contrarreforma religiosa cerró al país en sí mismo, cuando una insuficiente Ilustración dejó en poca cosa los adelantos entrevistos en el siglo XVIII. Todo ello hizo que arraigaran hondo unos valores que eran muy poco propicios para hacer los dos grandes cambios de la edad contemporánea: la revolución industrial y la revolución burguesa.

Desde principios del siglo XIX hubo así en España conflicto, a veces abierto, otras soterrado, pero siempre presente, entre modernización y tradición. La inestabilidad política, con nueve Constituciones y 130 gobiernos en menos de cien años, el escaso desarrollo económico, los continuos intentos de recurrir a la fuerza, bien para avanzar, bien para impedir el avance, todo ello era una buena muestra de una sociedad desequilibrada. Baste recordar que palabras de uso internacional como pronunciamiento y guerrilla son creación española.

En 1931, con el cambio de régimen, los republicanos pensaron con razón que se presentaba una ocasión histórica única. Contaban con ilustres políticos, con el apoyo de una pléyade de brillantes intelectuales y con el respaldo de buena parte de la población. Pero, ¡ay!, cometieron un error que acabaría teniendo funestas consecuencias. La pacífica y rápida implantación de la República confundió a muchos. Creyeron que la derecha, entonces casi siempre extremosa, estaba definitivamente arrumbada. Nada más equivocado.

Esa derecha no quería república, democracia, laicismo, reforma agraria, mejoras sociales, nacionalidades. Su oposición era cerrada y su fuerza grande. Tanto fue así que acabó recurriendo a la sublevación militar, a la guerra civil y a una larga dictadura para evitar que se alcanzasen esos fines. Salvo la cuestión agraria, que el desarrollo económico de los años sesenta permitió resolver en lo principal, aunque fuera sin buscarlo expresamente, todo lo demás -libertad, aconfesionalidad, autonomías- todavía estaba pendiente cuarenta años después, a la muerte de Franco.

Es evidente que los culpables del retraso en la modernización de España fueron unas derechas políticas, sociales, económicas y religiosas que con gran cortedad de miras se oponían al cambio. Pero también es cierto que, en su enfrentamiento con ellas, las izquierdas no acertaron. Cuando tuvieron el poder no fueron capaces de neutralizar a sus enemigos ni tampoco intentaron, como mal menor, templar gaitas a la espera de que el tiempo jugara a su favor. Cuando las elecciones de 1933 demostraron que había una derecha poderosa, capaz de unirse y gobernar, parte de la izquierda se ofuscó y buscó una inútil y contraproducente vía violenta para intentar hacerse de nuevo con el poder, lo que se consiguió, en cambio, por la vía democrática en las elecciones de febrero de 1936. Entonces se repitió, agravado, el error de 1931, a saber, no prever la enemiga de parte del país.

¿Qué habría podido hacerse y no se hizo? Claro es que si la izquierda hubiese estado más unida, si hubiese gobernado con más firmeza y a la vez con más flexibilidad, si tanto en el Gobierno como en la oposición no hubiera permitido ni alentado el menor asomo de violencia entre sus partidarios por muchas que fueran las provocaciones, quizá el resultado habría sido otro. Pero ni siquiera ello es seguro. La desgraciada historia de nuestro país, de la que algunos están tan sorprendentemente orgullosos, hacía probablemente inevitable, tras un siglo largo de enfrentamientos, que estallara la traca final de la Guerra Civil. Su duración demostró que el país estaba muy dividido y que ambos bandos estaban equiparados en fuerza, decidiendo el resultado un Ejército mayormente rebelde y el auge de los fascismos en Europa.

En suma, ¿cómo se podría haber avanzado en los años treinta en la modernización del país sin provocar, primero crispación y, luego, una contienda fratricida, en unos tiempos en que España estaba tan necesitada de cambios como sobrada de ideas, personas e instituciones tozudamente opuestas a que se hicieran?

Tuvo que mediar mucha sangre, sudor y lágrimas y esperar hasta los años setenta para que la derecha se civilizara, la situación socioeconómica mejorara y la izquierda dejara de buscar atajos conflictivos para modernizar el país. A la luz de la historia, los 75 años transcurridos permiten decir que en la España de entonces la crispación fue inevitable en la República desde sus inicios. Hoy, por fortuna, no lo es. Quienes la fomentan son un anacronismo, que como tal acabará desapareciendo, cuanto antes mejor.

El destello formidable de la República.

SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ | EL PAÍS | 14/04/2006

La República que se conmemora el 14 de abril tuvo personajes magníficos. Probablemente, como decía el periodista Hunter Thompson, hay momentos en los que sin que se sepa por qué la energía de toda una generación produce un destello formidable. Eso fue la proclamación de la II República española: un destello de esperanza en un mundo que todavía no conocía Auschwitz, ni Hiroshima ni el Gulag. Un destello magnífico cuando todavía las esperanzas estaban intactas. Negarse a reconocer lo extraordinario de aquella experiencia, como proponen los negacionistas del Golpe de Estado del 18 de Julio, resulta mezquino, no para la izquierda de este país, sino para el país entero. La II República no es hoy día la herencia de un partido, sino la herencia que dejó aquella generación, de la que se esperó mucho, a esta otra, a la que mucho le es dado, en uno de esos misteriosos ciclos de los que hablaba Roosevelt.

Uno de esos personajes formidables fue una mujer a la que no se cita frecuentemente entre los creadores de la II República, pero sin la que la Constitución de 1931 no hubiera incluido nada menos que el sufragio universal. La feminista Elizabeth Stanton decía que la República consistía en dar a los hombres sus derechos, nada más... "Y en darle a las mujeres sus derechos, nada menos". Y eso es exactamente lo que consiguió Clara Campoamor. El debate que propició aquella diputada madrileña, su herencia, sigue vigente hoy día: ¿se puede posponer el reconocimiento a la igualdad legal de las mujeres hasta que se produzca una modernización suficiente de la sociedad, encomendada a los hombres?

Muchos expertos, y expertas, estiman, por ejemplo, que no pasa nada por aprobar ahora en Irak, o en Afganistán, bajo la supervisión de las democracias occidentales, Constituciones que discriminan legalmente a las mujeres, a cambio de un acuerdo entre los principales partidos que saque adelante el país. Ésa es prácticamente la misma postura que mantuvo en 1931 Victoria Kent y contra la que se alzó Campoamor: "Nadie como yo sirve en estos momentos a la República", porque la República no puede sacrificar el derecho de media población, sea cual sea la moneda de cambio. Algo tan simple si se aplica a los hombres sigue siendo, sin embargo, hoy día motivo de discusión cuando afecta a las mujeres.

El voto femenino se aprobó, justo es decirlo, gracias a una extraña mezcla de socialistas y de grupos de derecha que compartían, seguramente, los argumentos de Kent. A Campoamor la izquierda le reprochó siempre la victoria de la CEDA en 1933 y el éxito del Frente Popular en 1936 no cambió nada. Nadie le pidió perdón. Ella no ocultó su amargura: "No espero que se eleve una voz, una sola, que desde ese campo de la izquierda, de quien hube de sufrirlo todo, por ser el único que ideológicamente me interesa, una sola voz que proclame que no fui yo la equivocada".

Clara Campoamor, hija de un contable y una modista, empezó a trabajar a los 13 años y entre los 32 y los 36 hizo el bachillerato y la carrera de Derecho. Murió en el exilio en 1972. Con su impulso, y el de otros hombres y mujeres, la II República aprobó la igualdad de derechos de ambos sexos, el acceso de la mujer a la vida pública, la abolición de la prostitución regulada, el derecho al aborto, el matrimonio civil y el divorcio de mutuo acuerdo, la supresión del delito de adulterio aplicado sólo a mujeres, la educación mixta, la protección a la maternidad, la equiparación salarial, la investigación de paternidad, el reconocimiento de hijos naturales y la patria potestad compartida. Prácticamente todos esos derechos fueron suprimidos por el franquismo. Es absurda la idea de que no importa lo que un hombre, o una mujer, cree. Claro que importa: importa lo aquellos hombres y mujeres que proclamaron la República creyeron y lo que creían quienes lucharon contra ella. Y es una indecencia pretender que lo ignoremos.

"La gente se quiso como nunca aquel 14 de abril"

Tres testigos cuentan la jornada de la proclamación de la República en Madrid

RAFAEL FRAGUAS | EL PAÍS | 14/04/06

En la mañana de aquel martes 14 de abril de 1931, fecha de la proclamación de la Segunda República, la primavera acababa de llegar a Madrid: habían brotado las glicinias del palacio del marqués de Salamanca, en el paseo de Recoletos. Modistillas cantarinas, recién liberadas de sus talleres por patronos receptivos a la clase obrera en tal jornada, caminaban por la Gran Vía hacia la Puerta del Sol y las plazas de Cibeles y Antón Martín. Sobre los rizos de sus permanentes se veían muchos gorros frigios que costureras veteranas les habían enseñado a confeccionar en papel y, a veces, en seda. Trenzadas por los brazos, sus voces agudas envolvían de inocencia la mañana. Otras mujeres, entre las que figuraba la esposa de José Giral, futuro ministro de Marina, se afanaban por coser las banderas tricolores que adornarían horas después los balcones de los principales edificios de Madrid.

A la misma hora, el estudiante Luis Rubio Chamorro, de 13 años, salía de su casa de la calle de Fúcar, cerca de Atocha, hacia el Instituto San Isidro, en la calle de Toledo. "Al llegar a la boca del metro de Antón Martín vi unas modistillas con cestitas llenas de banderas tricolores prendidas de alfileres", cuenta. "Una de ellas se me acercó y con una sonrisa me prendió una en la solapa. Desde aquel instante, yo fui ya un niño republicano", sonríe hoy Rubio a sus 88 años. "Seguí camino del instituto, pero fui a dar con un grupo de estudiantes. '¿Adónde vais?', les pregunté. 'A la plaza de Ópera: hemos oído que van a derribar la estatua de Isabel II y queremos verlo', me dijeron. Fui con ellos. Encaramados en la estatua, dos hombres habían cruzado sogas por la cintura de la efigie", explica. "Aunque no asistí, ya que marché a la Puerta del Sol, creo que la derribaron: fue la tercera víctima del día -incruenta, claro-, junto con la estatua de Felipe III, en la plaza Mayor, y la de la infanta María Teresa, en San Sebastián".

Las Casas del Pueblo ugetistas habían repartido pasquines que anunciaban la inminente proclamación de la República. También distribuyeron desde primera hora entre los taxistas escarapelas tricolores y, sobre todo, banderas rojas, que los conductores colocaban atadas a las ventanillas de sus coches. A su paso por las calles, los madrileños y las madrileñas -"la calle se llenó de señoras", se leía al día siguiente en el diario Abc- les saludaban agitando sombreros con divertidos aspavientos, que, al poco, hallaban la respuesta de los cláxones, todo un clamor encauzado hacia Cibeles y la Puerta del Sol.

"Yo estaba allí", cuenta con orgullo Emilio Álvarez, que el próximo 16 de junio cumplirá 90 años. "Trabajaba de aprendiz en la imprenta Matesanz, de la calle del Humilladero; cobraba una peseta diaria. El 14 de abril de 1931 fue uno de los días más felices de mi vida", explica este impresor jubilado en 1981 en Gráficas Espejo. "Todo Madrid rebosaba alegría... Cantos, abrazos y besos", dice. ¿Besos? "Sí, la gente se miraba a los ojos, se cogía de las manos y se besaba alborozada... pero, sobre todo, se quería. Aquel 14 de abril", comenta emocionado, "la gente en Madrid se quiso como nunca". Y añade: "Fue un día irrepetible. Cuando llegué a mi casa, me puse a dar vivas a la República. Entonces, mi abuela, Josefa Álvarez, que, como muchas mujeres de entonces, era monárquica, me dijo algo tremendo que nunca olvidaré: 'No ha habido sangre... Pero la habrá". Una premonición que se hizo realidad cinco años después, cuando el general Francisco Franco se alzó en armas contra la entonces flamante República, levantamiento que desató la Guerra Civil.

Quizá con un temor similar al de la abuela de Emilio actuó el padre de su amigo Jaime Cruzado Mira, impresor del diario Ya, unos meses menor que él y amigo suyo casi desde entonces: "Aquel 14 de abril, mi padre, Andrés Cruzado, almeriense y gorrero de profesión, se presentó en los Escolapios de la calle de Mesón de Paredes, donde yo estudiaba. Muy serio, me dijo: 'Te llevo a casa y de allí no te mueves en todo el día'. Obedecí sin rechistar. Desde el balcón vi pasar gente muy alegre", dice resignado.