Ayala y Rubial, el legado republicano en el éxito de la democracia.
JUAN JOSÉ LABORDA | EL PAÍS | 14/04/2006
Francisco Ayala, quien felizmente celebra este año su centenario, escribió en 1965 un ensayo titulado España, a la fecha, en el que junto a una censura moral completa del régimen franquista, defendía una salida democrática pensando en un futuro europeo; para superar definitivamente la autárquica manera de enredarnos en las querellas y venganzas de nuestra doméstica y trágica historia. Ramón Rubial, nacido el mismo año que Ayala, y muchos de los resistentes republicanos, llegaron a las mismas conclusiones.
Una de las claves de la transición fue que protagonistas como Rubial o Ayala escribieron un capítulo nuevo de historia junto a las generaciones más jóvenes, y con su autoridad moral invitaron a que, como deseaba Gil de Biedma, la historia de España no terminase como siempre mal. Hubo un conjunto de hechos que les llevó a examinar críticamente sus ideas. Ésta es la radical diferencia con el grupo de doctrinarios que han revisado recientemente la historia de la República para condenar a los republicanos en nombre de quienes conspiraron, destruyeron y exterminaron ese régimen democrático y a quienes se identificaron con él.
Mientras esa operación de juicio político se sustenta en ideologías dogmáticas, Rubial y Ayala, y muchos otros, realizaron la revisión crítica desde la perspectiva de los años setenta, en la que se sabían cosas que ni se podían imaginar en los treinta, por ejemplo, la terrible verdad del nazismo y del estalinismo; o el conocimiento de recientes experiencias que habían hecho reflexionar a los demócratas de todo el mundo, como el Chile del presidente Allende. No tiene legitimidad ni asidero intelectual riguroso analizar la historia de la República, juzgándola con actos de los que son responsables en primer grado sus enemigos. Rubial participó como dirigente en la revolución obrera de 1934. Los cambios revolucionarios de régimen político habían sido algo común en la época liberal en toda Europa, constituían hitos que eran conmemorados hasta en los libros escolares y en esos años los levantamientos obreros habían tenido, en España como en Austria, signo defensivo ante la utilización del Estado democrático por el fascismo, como sucedió con la República de Weimar.
Como el mismo Ayala indica en su libro, las guerras civiles del siglo XIX, a pesar de la desgracia objetiva que fueron, terminaron con el asentamiento de regímenes liberales, y procuraron una reconciliación y un perdón nacionales. Lo que sucedió después de la guerra del 36, y durante la hegemonía del totalitarismo alemán, italiano o ruso, se sitúa en un plano distinto a todo lo que había sucedido desde la Revolución Francesa. Primo Levi y Alexandr Solzhenitsyn han mostrado horrores desconocidos, el mal en grado absoluto, como obra de la política y del Estado. Ya no será nada igual. Después de aquellas experiencias sombrías para la condición humana, los auténticos herederos de la experiencia republicana tenían argumentos para pedir soluciones distintas en la transición de los años setenta, por ser congruentes con las ilusiones y certezas con las que se vivió la proclamación de la II República.
El respeto que Ayala y Rubial sentían por el Estado de Derecho, la paz como logro sustantivo y la libertad como condición para la justicia, es cierto que era mayor en 1978 que en 1931. Pero sus valores sobrevivieron porque mujeres y hombres como ellos, los mantuvieron críticamente en vigor durante tiempos en que el poder creía haberlos aniquilado definitivamente.
Francisco Ayala, quien felizmente celebra este año su centenario, escribió en 1965 un ensayo titulado España, a la fecha, en el que junto a una censura moral completa del régimen franquista, defendía una salida democrática pensando en un futuro europeo; para superar definitivamente la autárquica manera de enredarnos en las querellas y venganzas de nuestra doméstica y trágica historia. Ramón Rubial, nacido el mismo año que Ayala, y muchos de los resistentes republicanos, llegaron a las mismas conclusiones.
Una de las claves de la transición fue que protagonistas como Rubial o Ayala escribieron un capítulo nuevo de historia junto a las generaciones más jóvenes, y con su autoridad moral invitaron a que, como deseaba Gil de Biedma, la historia de España no terminase como siempre mal. Hubo un conjunto de hechos que les llevó a examinar críticamente sus ideas. Ésta es la radical diferencia con el grupo de doctrinarios que han revisado recientemente la historia de la República para condenar a los republicanos en nombre de quienes conspiraron, destruyeron y exterminaron ese régimen democrático y a quienes se identificaron con él.
Mientras esa operación de juicio político se sustenta en ideologías dogmáticas, Rubial y Ayala, y muchos otros, realizaron la revisión crítica desde la perspectiva de los años setenta, en la que se sabían cosas que ni se podían imaginar en los treinta, por ejemplo, la terrible verdad del nazismo y del estalinismo; o el conocimiento de recientes experiencias que habían hecho reflexionar a los demócratas de todo el mundo, como el Chile del presidente Allende. No tiene legitimidad ni asidero intelectual riguroso analizar la historia de la República, juzgándola con actos de los que son responsables en primer grado sus enemigos. Rubial participó como dirigente en la revolución obrera de 1934. Los cambios revolucionarios de régimen político habían sido algo común en la época liberal en toda Europa, constituían hitos que eran conmemorados hasta en los libros escolares y en esos años los levantamientos obreros habían tenido, en España como en Austria, signo defensivo ante la utilización del Estado democrático por el fascismo, como sucedió con la República de Weimar.
Como el mismo Ayala indica en su libro, las guerras civiles del siglo XIX, a pesar de la desgracia objetiva que fueron, terminaron con el asentamiento de regímenes liberales, y procuraron una reconciliación y un perdón nacionales. Lo que sucedió después de la guerra del 36, y durante la hegemonía del totalitarismo alemán, italiano o ruso, se sitúa en un plano distinto a todo lo que había sucedido desde la Revolución Francesa. Primo Levi y Alexandr Solzhenitsyn han mostrado horrores desconocidos, el mal en grado absoluto, como obra de la política y del Estado. Ya no será nada igual. Después de aquellas experiencias sombrías para la condición humana, los auténticos herederos de la experiencia republicana tenían argumentos para pedir soluciones distintas en la transición de los años setenta, por ser congruentes con las ilusiones y certezas con las que se vivió la proclamación de la II República.
El respeto que Ayala y Rubial sentían por el Estado de Derecho, la paz como logro sustantivo y la libertad como condición para la justicia, es cierto que era mayor en 1978 que en 1931. Pero sus valores sobrevivieron porque mujeres y hombres como ellos, los mantuvieron críticamente en vigor durante tiempos en que el poder creía haberlos aniquilado definitivamente.
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