La estrategia del temor.
SANTIAGO CARRILLO | EL PAÍS | 22/05/2006
En este país, muchas personas de buen juicio contemplan con intranquilidad
el comportamiento estridente y agresivo de los líderes del Partido
Popular. Recuerdan con nostalgia los tiempos de la Transición, cuando la
UCD de Adolfo Suárez ocupaba los escaños de la derecha en el Congreso de
los Diputados. Entonces, tras cerca de cuarenta años de guerra civil y
dictadura, los debates políticos entre personalidades hasta aquel momento
duramente enfrentados -unos venían de la cárcel o el exilio y otros del
poder opresor-, los debates en los que se abordaban problemas de fondo se
mantenían dentro de una gran dignidad, respetando la cortesía
parlamentaria y con la voluntad de superar la fractura entre las dos
Españas. Y todo esto en una sociedad sin la estabilidad social que existe
hoy, en la que se daban las conspiraciones golpistas y de ultraderecha y
en el periodo más álgido del desestabilizador terrorismo de ETA, los GRAPO
y los otros grupos ultras, supervivientes del franquismo.
Hoy, tras cerca de treinta años de libertades, con un amplio ejercicio de
la democracia, cuando la estrategia política de las grandes tendencias de
izquierda o derecha en Europa se encamina a buscar el voto de lo que se
considera corrientemente el centro moderado procurando abrir hacia éste
sus planteamientos y sus programas, en España nos encontramos con una
derecha que los cierra cada vez más, que se arma ideológicamente con ideas
del pasado y cada vez es más bronca, más desafiante. La provocación y la
intolerancia animan casi todas sus intervenciones públicas. Ha convertido
los debates parlamentarios en auténticos escándalos, con un lenguaje
barriobajero y chulapón, amenazando groseramente a todo el que no piense
como ellos. A los ancianos esto nos recuerda cómo se producía en otros
tiempos la derecha que se enfrentaba más radicalmente a la II República.
Y las personas de buen juicio a las que aludo al comienzo de estas líneas
se preguntan ¿qué le pasa a la derecha de la postransición, que en vez de
abrirse hacia el "centro" y modernizarse para lograr mayorías en las
elecciones, se cierra cada vez más y da la impresión de inspirarse en la
derecha de los años treinta del siglo XX? ¿Por qué ese tono bronco y de
amenaza que resucita fantasmas del pasado? ¿Cómo Rajoy, que daba la
impresión de ser más moderado, adopta el tono de los Acebes, Zaplana y
otros Pujalte? ¿Cómo Manuel Fraga consigue ser uno de los líderes del PP
más moderados y más actuales, pese a su edad y pasado? ¿Acaso el PP ha
renunciado a atraer a los moderados que a veces pueden decidir la mayoría
de unas elecciones y asume el papel de una oposición que se siente tan
cómodo protestando que no desea volver al Poder?
Reflexionando sobre esta absurda situación se llega a la conclusión de que
los líderes del PP no es que hayan renunciado al voto moderado de centro,
ni a volver al Poder. Lo buscan, pero por caminos distintos a los que
utiliza la derecha en las otras democracias europeas. Parecen pensar que a
causa de la memoria de la guerra civil, "España es diferente"; han optado
por lo que yo llamaría la estrategia del miedo.
Actúan como si creyeran que a los moderados se les puede ganar también, no
con posiciones modernas de apertura, sino enviándoles el mensaje
siguiente: "Nosotros tenemos la llave de la paz y el orden en este país.
Si nos apoyáis, os la aseguraremos desde el Poder. Si no lo hacéis,
podemos armar la marimorena, somos capaces de impedir la estabilidad
democrática y de volver a las andadas. La única España posible es la que
nos gusta a nosotros".
Piensan que con este mensaje pueden arrugar y atemorizar a los sectores
moderados en los que todavía está vivo el recuerdo de la guerra civil y
disponerlos a su favor como representantes del mal menor. Creen que aún
puede explotarse el miedo de algunos sectores traumatizados por el pasado.
En último caso, estiman, si esta estrategia no les alcanza para ganar
elecciones, les basta para conservar el voto de una todavía impor
-tante minoría de derechas que les permita seguir siendo el segundo
partido en la oposición. Obsérvese que en España carecen de importancia
electoral y no pasan de la categoría de grupúsculos las organizaciones de
ultraderecha que en otros países europeos han adquirido un peso electoral.
Con la estrategia del miedo, el PP sigue conservando la adscripción de
esos sectores.
¿Tiene futuro esta estrategia? ¿Ha cambiado tan poco España, tras la
transición, que el miedo sigue siendo un factor tan importante como para
determinar la política en nuestro país?
Si examinamos las encuestas publicadas en los últimos tiempos, vemos que
muchos de sus electores en las últimas generales se posicionan frente a
aspectos importantes de su política obstruccionista. Lo que indica que
ésta no sólo no les ayuda a ganar nuevos votantes, sino que les va
haciendo perder parte de los que tenían. Y un conservador con mentalidad
europea -y en España comienza a haberlos- puede llegar a plantearse: "Este
PP, con la orientación que hoy lleva, ¿puede seguir siendo el instrumento
adecuado para la defensa de la estabilidad política y social a la altura
en que está hoy mi país?".
En el pasado fracasaron dos experiencias no idénticas de crear nuevos
partidos burgueses, de tipo más europeo y más moderno, que superaban las
estrecheces y dogmatismos retrógrados del conservadurismo tradicional
español. Uno fue el Centro Democrático y Social de Adolfo Suárez; otro,
que no llegó a pasar nunca de proyecto y que parecía apoyar al menos una
parte de la banca española, lo personalizaron los Sres. Roca Junyent y
Antonio Garrigues Walker, que a mi entender nunca se entregaron a fondo a
la tarea.
El escaso éxito de aquellas iniciativas puede estar relacionado también
con el fondo liberal de la política del Gobierno de Felipe González, que
había tenido el apoyo electoral no sólo de la izquierda, sino de muchas
gentes de centro, a las que la imagen del PP hacía temer un retroceso en
los avances democráticos de la transición. Éste es un dato que debería
hacer pensar al PP: en el 82, cuando el factor miedo tenía todavía un peso
considerable, los electores temieron más un triunfo de la derecha y dieron
la mayoría absoluta al PSOE de Felipe González. El mérito de Fraga, jefe
de la oposición de derechas en ese periodo, fue asimilar la lección de las
elecciones del 82, no consentir que el ascenso de Alianza Popular se le
subiera a la cabeza y practicar la leal oposición a su majestad
manteniendo una conducta parlamentaria que le permitió influir
poderosamente en la labor del Gobierno.
Han pasado bastantes años, crecido nuevas generaciones ya en la
democracia, y yo supongo que en el electorado de este país se han
acendrado los valores de libertad y de progreso. Subsisten sin duda en la
creencia de muchos españoles residuos de una subcultura anticatalana,
sembrados hace ya muchos años por las clases dominantes españolas. Y el
terrorismo etarra probablemente perturbe la percepción de reivindicaciones
nacionales vascas. Pero por encima de esto existe un sentimiento más
general: que ninguno de los problemas políticos, territoriales u otros,
justificarían nunca un nuevo enfrentamiento civil y que las diferencias
sólo deben resolverse por caminos democráticos.
El espectáculo que el PP está dando en el Parlamento levanta la duda entre
un número cada vez mayor de españoles de si el PP, bajo su dirección
actual, es verdaderamente un partido parlamentario y democrático. Cada vez
va a ser también mayor la duda de si las fuerzas económicas solventes, los
conservadores que han aceptado el juego democrático, puedan sentirse
representados por gentes como Pujalte, Acebes, Zaplana y comparsas.
El PP está dejando vacío el espacio que debería ocupar un partido
conservador serio y moderno.
Habrá quien se pregunte cómo a mí desde la izquierda, con mi connotación
de rojo, me preocupa tanto la deriva del PP. La respuesta es simple: si
bien es cierto que este sistema en que vivimos está lejos de colmar mis
aspiraciones ideales, me importa mucho la conservación y consolidación de
las libertades democráticas alcanzadas hasta el día de hoy. Y querría
tener la seguridad de que ninguna de las alternativas de gobierno normales
en democracia encierra el riesgo de recortarlas o incluso perderlas.
Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, es comentarista político.
En este país, muchas personas de buen juicio contemplan con intranquilidad
el comportamiento estridente y agresivo de los líderes del Partido
Popular. Recuerdan con nostalgia los tiempos de la Transición, cuando la
UCD de Adolfo Suárez ocupaba los escaños de la derecha en el Congreso de
los Diputados. Entonces, tras cerca de cuarenta años de guerra civil y
dictadura, los debates políticos entre personalidades hasta aquel momento
duramente enfrentados -unos venían de la cárcel o el exilio y otros del
poder opresor-, los debates en los que se abordaban problemas de fondo se
mantenían dentro de una gran dignidad, respetando la cortesía
parlamentaria y con la voluntad de superar la fractura entre las dos
Españas. Y todo esto en una sociedad sin la estabilidad social que existe
hoy, en la que se daban las conspiraciones golpistas y de ultraderecha y
en el periodo más álgido del desestabilizador terrorismo de ETA, los GRAPO
y los otros grupos ultras, supervivientes del franquismo.
Hoy, tras cerca de treinta años de libertades, con un amplio ejercicio de
la democracia, cuando la estrategia política de las grandes tendencias de
izquierda o derecha en Europa se encamina a buscar el voto de lo que se
considera corrientemente el centro moderado procurando abrir hacia éste
sus planteamientos y sus programas, en España nos encontramos con una
derecha que los cierra cada vez más, que se arma ideológicamente con ideas
del pasado y cada vez es más bronca, más desafiante. La provocación y la
intolerancia animan casi todas sus intervenciones públicas. Ha convertido
los debates parlamentarios en auténticos escándalos, con un lenguaje
barriobajero y chulapón, amenazando groseramente a todo el que no piense
como ellos. A los ancianos esto nos recuerda cómo se producía en otros
tiempos la derecha que se enfrentaba más radicalmente a la II República.
Y las personas de buen juicio a las que aludo al comienzo de estas líneas
se preguntan ¿qué le pasa a la derecha de la postransición, que en vez de
abrirse hacia el "centro" y modernizarse para lograr mayorías en las
elecciones, se cierra cada vez más y da la impresión de inspirarse en la
derecha de los años treinta del siglo XX? ¿Por qué ese tono bronco y de
amenaza que resucita fantasmas del pasado? ¿Cómo Rajoy, que daba la
impresión de ser más moderado, adopta el tono de los Acebes, Zaplana y
otros Pujalte? ¿Cómo Manuel Fraga consigue ser uno de los líderes del PP
más moderados y más actuales, pese a su edad y pasado? ¿Acaso el PP ha
renunciado a atraer a los moderados que a veces pueden decidir la mayoría
de unas elecciones y asume el papel de una oposición que se siente tan
cómodo protestando que no desea volver al Poder?
Reflexionando sobre esta absurda situación se llega a la conclusión de que
los líderes del PP no es que hayan renunciado al voto moderado de centro,
ni a volver al Poder. Lo buscan, pero por caminos distintos a los que
utiliza la derecha en las otras democracias europeas. Parecen pensar que a
causa de la memoria de la guerra civil, "España es diferente"; han optado
por lo que yo llamaría la estrategia del miedo.
Actúan como si creyeran que a los moderados se les puede ganar también, no
con posiciones modernas de apertura, sino enviándoles el mensaje
siguiente: "Nosotros tenemos la llave de la paz y el orden en este país.
Si nos apoyáis, os la aseguraremos desde el Poder. Si no lo hacéis,
podemos armar la marimorena, somos capaces de impedir la estabilidad
democrática y de volver a las andadas. La única España posible es la que
nos gusta a nosotros".
Piensan que con este mensaje pueden arrugar y atemorizar a los sectores
moderados en los que todavía está vivo el recuerdo de la guerra civil y
disponerlos a su favor como representantes del mal menor. Creen que aún
puede explotarse el miedo de algunos sectores traumatizados por el pasado.
En último caso, estiman, si esta estrategia no les alcanza para ganar
elecciones, les basta para conservar el voto de una todavía impor
-tante minoría de derechas que les permita seguir siendo el segundo
partido en la oposición. Obsérvese que en España carecen de importancia
electoral y no pasan de la categoría de grupúsculos las organizaciones de
ultraderecha que en otros países europeos han adquirido un peso electoral.
Con la estrategia del miedo, el PP sigue conservando la adscripción de
esos sectores.
¿Tiene futuro esta estrategia? ¿Ha cambiado tan poco España, tras la
transición, que el miedo sigue siendo un factor tan importante como para
determinar la política en nuestro país?
Si examinamos las encuestas publicadas en los últimos tiempos, vemos que
muchos de sus electores en las últimas generales se posicionan frente a
aspectos importantes de su política obstruccionista. Lo que indica que
ésta no sólo no les ayuda a ganar nuevos votantes, sino que les va
haciendo perder parte de los que tenían. Y un conservador con mentalidad
europea -y en España comienza a haberlos- puede llegar a plantearse: "Este
PP, con la orientación que hoy lleva, ¿puede seguir siendo el instrumento
adecuado para la defensa de la estabilidad política y social a la altura
en que está hoy mi país?".
En el pasado fracasaron dos experiencias no idénticas de crear nuevos
partidos burgueses, de tipo más europeo y más moderno, que superaban las
estrecheces y dogmatismos retrógrados del conservadurismo tradicional
español. Uno fue el Centro Democrático y Social de Adolfo Suárez; otro,
que no llegó a pasar nunca de proyecto y que parecía apoyar al menos una
parte de la banca española, lo personalizaron los Sres. Roca Junyent y
Antonio Garrigues Walker, que a mi entender nunca se entregaron a fondo a
la tarea.
El escaso éxito de aquellas iniciativas puede estar relacionado también
con el fondo liberal de la política del Gobierno de Felipe González, que
había tenido el apoyo electoral no sólo de la izquierda, sino de muchas
gentes de centro, a las que la imagen del PP hacía temer un retroceso en
los avances democráticos de la transición. Éste es un dato que debería
hacer pensar al PP: en el 82, cuando el factor miedo tenía todavía un peso
considerable, los electores temieron más un triunfo de la derecha y dieron
la mayoría absoluta al PSOE de Felipe González. El mérito de Fraga, jefe
de la oposición de derechas en ese periodo, fue asimilar la lección de las
elecciones del 82, no consentir que el ascenso de Alianza Popular se le
subiera a la cabeza y practicar la leal oposición a su majestad
manteniendo una conducta parlamentaria que le permitió influir
poderosamente en la labor del Gobierno.
Han pasado bastantes años, crecido nuevas generaciones ya en la
democracia, y yo supongo que en el electorado de este país se han
acendrado los valores de libertad y de progreso. Subsisten sin duda en la
creencia de muchos españoles residuos de una subcultura anticatalana,
sembrados hace ya muchos años por las clases dominantes españolas. Y el
terrorismo etarra probablemente perturbe la percepción de reivindicaciones
nacionales vascas. Pero por encima de esto existe un sentimiento más
general: que ninguno de los problemas políticos, territoriales u otros,
justificarían nunca un nuevo enfrentamiento civil y que las diferencias
sólo deben resolverse por caminos democráticos.
El espectáculo que el PP está dando en el Parlamento levanta la duda entre
un número cada vez mayor de españoles de si el PP, bajo su dirección
actual, es verdaderamente un partido parlamentario y democrático. Cada vez
va a ser también mayor la duda de si las fuerzas económicas solventes, los
conservadores que han aceptado el juego democrático, puedan sentirse
representados por gentes como Pujalte, Acebes, Zaplana y comparsas.
El PP está dejando vacío el espacio que debería ocupar un partido
conservador serio y moderno.
Habrá quien se pregunte cómo a mí desde la izquierda, con mi connotación
de rojo, me preocupa tanto la deriva del PP. La respuesta es simple: si
bien es cierto que este sistema en que vivimos está lejos de colmar mis
aspiraciones ideales, me importa mucho la conservación y consolidación de
las libertades democráticas alcanzadas hasta el día de hoy. Y querría
tener la seguridad de que ninguna de las alternativas de gobierno normales
en democracia encierra el riesgo de recortarlas o incluso perderlas.
Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, es comentarista político.